Es abril y voy al río Ibor de mañana. Imposible describir el olor de las jaras en flor, los tomillares, las lavandas y el revoltijo de insectos enamorados y glotones, de pájaros en celo, de ese lagarto de cabeza azul calentando su cuerpo con los primeros rayos de sol. Estoy en paz. Miles de grandes barbos suben por el río a desovar y me parece estar en otro tiempo más remoto. He traído la caña de bambú, la línea de seda inglesa, las ninfas que fabriqué este invierno con pelo de liebre. Me siento sobre un gran cancho tapizado de líquenes multicolores a contemplar el corte del río, la luz sobre el campo, cómo se calienta mi cuerpo igual que ese lagarto ocelado que asusté más arriba. He luchado un buen rato con dos barbos grandes que luego dejé marchar y me siento ahora a eso que los antiguos llamaban “almorzar”. Deben ser las diez de la mañana, no me puse el reloj, para qué, saco la bota de vino, el bocadillo de merluza rebozada y alioli de rúcola, receta de Juanmari, militante de las cocinas sinceras contra esos comistrajos sospechosos que nos quieren cobrar en los aviones. Es el principio del mundo. Es el principio del mundo cada día. No me siento mejor que el abejorro gordo, ni que la oropéndola brillante, ni que el lagarto de cabeza azul que logró atrapar la típula, ni que el agua en la que nadan estos miles de grandes peces que suben por la cascada. Ni peor.
Me como hasta la última miga que mastico despacio y que mojo después con el vino frío de la Rivera. De postre traigo queso de cabra de por aquí. Un queso viejo y crujiente, intenso y a la vez suave que me llena la boca de sabores ricos de muy lejos de mi memoria. Algo tan fácil como un bocadillo de merluza, una bota, queso de cabra, tiempo, esta caña de bambú refundido que fabricó un artista. La caminata mientras amanecía, río abajo, el despertar de todo, el fresco del rocío sobre las retamas y los espinos en flor, el coletazo del pez cuando vuelve a la penumbra del hondo. Cierro los ojos y me tumbo sobre la piedra, unos minutos sólo, luego volveré a lanzar la ninfa con cuidado y a luchar con los peces y la vida y a sentir que a veces el tiempo es sólo nuestro, pero ahora, con los ojos cerrados, sólo soy una animal dentro de la sinfonía de la vida en abril.
Es imposible leerte en la oficina, cuando estaba en ello en el momento bocadillo el estómago se ha rebelado, y ha rugido de una manera tan poco fina.......tan bestia...
ResponderEliminarHablando de bocadillos, y mira que yo he sido de llevarlos hechos de la noche anterior a todos los lados, ahora preparo el relleno y cuando salimos a la sierra, paro en cualquier pueblo o esperamos a la furgoneta que se lo lleva, y compramos el pan...me encanta esperar en la plaza, con las mujeres y los hombres del pueblo, oler a lo que huele el campo y el pueblo.