Una noche sin dormir nos hace ver la vida de otra forma. La realidad se pliega y se dobla como un papel y nos asomamos entonces a otra dimensión. El espacio-tiempo lineal desaparece, se bifurca en caminos distintos, futuros pasados probables y todos los sentidos funcionan de otra forma. Estamos en otro lugar aunque seamos los mismos. Pero no te digo nada de todo esto para que no pienses que me he vuelto loco. Eso antes, metido entre tus piernas y en la noche.
Comienza el otoño ahí fuera, el viento del amanecer hace crujir el techo de la casa y no te digo que recuerdo ahora a mi abuelo Fernando, pasados los setenta, intentando subir la cuesta de la dehesa la última vez que compartí con él un día de caza, pero el asma ya no le dejaba caminar y nos paramos a descansar en un claro entre las jaras. Dijo entonces sin venir a cuento “….El paraíso, si. Viajarás muy lejos buscando paraísos en paisajes, sabores y alientos para volver aquí, al paisaje de tu corazón o al aliento cercano de quién sabe reconocerte sin palabras” Pero tampoco te nombro este recuerdo para que no creas que echo de menos la patria de la memoria. No echo de menos nada abrazado a tu espalda después de una noche sin haber dormido escuchando el Pacífico y tu voz. El viento envuelve ahora de llovizna esta casona y no te digo tampoco que poco tiempo después descubrí el secreto del que hablaba Fernando, aunque me fui lejos a probar otras ciudades, otros besos y otras voces teniendo la certeza de que tan lejos el paraíso era ya sólo un espejismo.
Una noche sin dormir, contigo. Sintiendo que ya no sirve medir el tiempo en horas con relojes. Hemos viajado a la velocidad de la luz por los agujeros oscuros del espacio, por eso me agarraba con amor y con fuerza a tus caderas, por eso gritaba a veces desde las nuevas dimensiones de la vida. Pliegues de tiempo, agujeros de gusano, eso dicen los físicos y astrónomos que miran las estrellas que ayer iluminaban tu cara entre mis manos. Quizá por eso no me he dado cuenta de cómo ha llegado mi lengua hasta la rosada suavidad de tu interior y porqué si estoy dentro de ti te siento dentro de mi. Ya sabes, la flecha del espacio-tiempo es relativa. Eso decía Einstein y Hawking.
Una noche sin dormir, nadando por tu piel y el océano Pacífico ahí fuera, rugiendo a veces y a veces silencioso. La estufa encendida huele a bosque seco, tengo hambre, tienes sed. Hay yerba mate, vino peleón, huevos de gallinas cimarronas que viven a su aire en este lugar inhóspito y bellísimo. También compraste cebollas nuevas y papas, fruta, café, ron.
Desayunar vino, té, tortilla de patatas un día de mayo frente al mar. No te cuento que la primera tortilla de papas de la que se tiene noticia por escrito nació muy lejos, en mi tierra, en un pueblo llamado Villanueva de la Serena, allá por el año del señor de mil setecientos ochenta y tantos, apenas hace nada, un par de siglos, poco más, es muy moderna la tortilla de patatas.
Frío en dos sartenes, por separado, encima de la estufa las patatas y la cebolla picada, mitad y mitad, a fuego lento en el aceite de Mágina que traje en la mochila. Bato los huevos, punto de sal, machado de un ajito el último momento antes de sacar las patatas doradas y escurrirlas, punto de jugo de caña a la cebolla antes de probar su textura. Cuajo la tortilla lo justo y comemos desnudos frente a frente sobre esta mesa cruda fabricada con tablones de naufragios. Tortilla para desayunar con vino frío y luego un mate amargo que yo endulzo con miel. A veces la lluvia helada salpica los cristales y nos llama. Dices: la tortilla está muy buena. Dijo: si. Luego añado sonriendo: no dormimos. Tu sonríes y dices: esta noche tampoco. Pero luego, mientras cuatro rayos de sol se escapan entre esas nubes gordas y oscuras y hacen latir de verde el bosque espeso del islote que hay frente la ensenada, nos dormimos sobre la vieja manta de alpaca. Respiro ya tu sueño, saboreo la noche anticipada aunque sean las diez de la mañana.
Me gustó tu tortilla. Dices luego, de nuevo, mucho después, al despertar. Ya no sueño que te irás lejos. Y yo te digo: a mi me gustó la sal de tu piel. Ya no sueño que estás al otro lado del mundo porque ahora estoy yo, contigo, al otro lado.
El paraíso estaba cerca, era una tortilla de patatas compartida contigo. La física teórica especulativa propone muchas dimensiones en este universo nuestro además de las tres conocidas más la cuarta del tiempo, la teoría de las supercuerdas, una teoría cuántica de la gravedad, propone entre diez y veintiséis dimensiones y una de estas es sin duda la que abre la tortilla de patatas, la otra tus caricias, una tercera este mar inmenso. El Océano Pacífico se vuelve verde oscuro, el sol vence a las nubes por ahora, una gallina picotea entre los yerbajos que hay antes de la playa, es difícil sentir que aquí es casi invierno y que estemos en mayo.
Si, no hace tanto que comenzamos a comer tortilla de patata, quién lo diría. Con cebolla siempre, claro. Noche sin dormir, contigo. El tiempo es relativo, puede estirarse como una goma o casi pararse si nos metemos en un agujero negro, si viajamos a la velocidad de la luz, si mastico despacio la tortilla, saboreando de memoria tus caderas de bruja.
que interesantes aventuras relata usted... Vaya que el tiempo da frutos
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