Uno aún
recuerda sus investigaciones etnográfico-culinarias por una Extremadura aún
poco maleada por la modernidad y el turismo. Una “extrema” y “dura” tierra que
aún no se había quitado de la memoria la terrible posguerra y en la que la
miseria había afilado el ingenio para matar el hambre. Por fortuna, cuando yo
indagaba sobre platos y guisos extintos, todo eso ya era pasado, en los
entrevistados no había añoranza ni siquiera folklórica o antropológica de
tantos comistrajos y materias primas marginales que nombraban y habían devorado.
Guisos de diversos yerbajos y semillas del campo muchas de ellas escasamente
comestibles y dudosamente saludables, estofados de gato, erizo, lagarto, culebra…
cuya excelencia y sabor ponderaban pero sin mucho regusto, ante la nueva
realidad del progreso, el jamón asequible, el pollo barato y hasta el artificial
caldo de cubito. Nadie me refirió ningún plato de escorpiones fritos o
chicharras gratinadas pero no dudo que muchos de aquellos supervivientes lo
pensaron y desecharon, tal vez por la dificultad de llenar un puchero con tan
pequeños bichos y el trabajo que hubiera supuesto atrapar unos puñados. Porque
para bichos, además, ya se comían involuntariamente los gorgojos de las malas
legumbres.
Todo aquel
horror gastronómico fue común durante décadas en muchas regiones de España, no
sólo en mi tierra, mientras unos pocos, los vencedores, los estraperlistas y
otros mafiosos lucían barrigas y excesos. Conmueve volver a leer “Así sobrevivimos al hambre: estrategias de
supervivencia de las mujeres en la postguerra Española” (Encarnación
Barranquero y Lucía Prieto) y nos parece que nos hablan de un tiempo
remotísimo, perdido, olvidado, que vivieron otros en un tercer mundo que no fue
nunca el nuestro. Pero no, todo eso pasó y comieron casi hasta antes de ayer.
Ahora
gustamos, si, de los espárragos trigueros o las criadillas de tierra, de los caracoles,
las ranas y de algunos de esos “alimentos del hambre” pero desde la distancia
exótica y la ocurrencia erudita. Por eso me hace gracia la moda del gusaneo, la
almorta, la ortiga, el bicho y que nos lo quieran vender todo eso como altísima
cocina, por ejemplo en el Madrid-Fusión de este año (foto). Como antropólogo y curioso
de todo lo que fue o pudiera ser comestible, no me disgusta el mantecoso
gusanón de palma asado de la foto, pero encumbrar todos esos alimentos marginales en las
páginas de cultura culinaria de las separatas dominicales y escuchar a los gastrósofos eruditar sobre ellos me parece
nauseabundo.
Me acusarán de
etnocentismo y es posible que haya algo de eso, pero entre un plato de jamón
ibérico y otro de exquisitos gusanos sospecho que, salvo un prejuicio o una
prohibición religiosa, el personal escogerá el jamoncito.
El abuelito Marvin Harris en “Bueno para comer” analizaba el porqué
materialista y práctico de dichos comistrajos insectoriles, su saludable y
nutritivo interior, la sostenibilidad de comerlos y bla, bla pero, deformación
de sociólogo, me gustaría hacer un test y dar a escoger entre un solomillo y un
plato de cucarachas y chinches de agua, un estofado de pollo o un guiso de
hormigas, un potaje de garbanzos u otro de crisálidas, una fritanga de gusanos
como estos y el citado platillo de tacos de jamón ibérico… a una muestra
representativa de humanos de todas las culturas por ver que que pasada... ¿Seguro que eligen los bichitos?
Yo me comí una piruleta con un escorpión
dentro que compré en una tienda pija de Nueva York y entonces recordé aquellas
entrevistas que hice, aquellos guisos del hambre y me sentí, como no,
gilipollas.
Pues para mí no hay nada que supere un plato de caracoles a la "llauna" como los que hace mi tío. Ni solomillo, ni pata negra, ni nada. Tal vez sea porque es un plato difícil de conseguir para un urbanita de Madrid y su sabor me traiga recuerdos de tiempos pasados e irrecuperables. Pero si, no se si podría con casquerías no frecuentadas o la misma piruleta de escorpión, ¿ te comiste el bicho? Sls 3A
ResponderEliminarJa, ja, como eres
ResponderEliminarY las lapas en Canarias son una exquisitez (eran el marisco del pobre pobrísimo) y las comí en un lujoso restaurante hace unos meses...
ResponderEliminarY las "serranas" (caracoles montaraces) de las sierras de Valencia, simplemente a las brasas, sin nada, con un poco de sal. Nada que ver con ningún otro caracol del mundo. Ahora están protegidos, en peligro de extinción...
Lagartos si comí. Los vendían en el mercado de Plasencia, pelados y metidos en un cubo con agua para que su carne no se resecase...
Si, me comí el escorpión, sabía a cacahuete revenido. Y sopa de crisálida de gusano de seda... y mono... y hormigas... y arañucos en Brasil, tostados a las brasas... y esas larvas gordas que se ven en el plato... malos no están... pero prefiero el jamón ibérico, soy poco aventurero.