Hay
quien cree que de toda la hojarasca del tiempo solo se han de aprovechar y
guardar unas pocas semillas. A uno, sin embargo, le gusta la hojarasca seca
que, no siendo germen, ni semilla de nada, se convierte luego en el mantillo
que fertiliza el campo. Y mientras tanto la hojarasca alfombra el bosque y hace
música bajo mis pisadas, se pone a jugar con el viento y abriga a las
salamandras y a los grillos.
Hay
quién cree que la mayoría del tiempo hay que malgastarlo, malvenderlo,
invertirlo en negocios y trabajos para luego destilar unos pocos días, unas
pocas horas de dicha y libertad. Tal vez guardarlo en una caja fuerte para eso
que llaman el futuro, la jubilación, el día de mañana. Sin embargo la sonrisa y
el placer están en cada esquina del día y en muchos días corrientes que no
tienen casi nada de extraordinario y apenas cuestan nada. Será que uno es poco
mundano y se conforma con hojarascas, instantes breves, sabores familiares y
cercanos y baratos.
Tantas
veces nos equivocamos. Tantas veces nos perdemos en los miedos. Tantas veces perseguimos
los sueños de los otros que acabamos olvidando lo que importa. Hoy, el olor a
leña de encina muy seca, junto a unas piñas grandes, más un buen manojo de
romero que guardaba seco en la despensa y ya no servía para otra cosa que para
perfumar el instante de este invierno. Y luego, el olor de unas patatas grandes
que se asarán en los rescoldos y que adornaré, cuando estén a punto, unas con tocino
muy picado y frito, hasta perder casi toda su grasa, en una sartencilla; otras
con queso del Casar y otras con Cabrales batido.
Cenaré
estas patatas y también unas rodajas finas de morcilla de calabaza y pan también
tostado en el rescoldo. Antes de que anochezca, camino despacio hundido en la
hojarasca de este bosque de robles y apunto a los zorzales alirrojos para bajar
del cielo una docena que guisaré con mimo y con respeto.
Y más tarde. Ya muy tarde, reviviré la chimenea con
otro tronco y otras piñas y miraré las llamas como otros, muchos otros, muchos
años antes las miraron, fascinados, perdidos, en paz por un rato con el mundo,
aunque hubieran comido unas pobres patatas con tocino y con queso como las mías.
Se hecha de menos entonces quién compartió alguna vez con uno este fuego, unas
patatas y el silencio, las caminatas tras los zorzales y el gusto simple por la
hojarasca que suena cuando caminamos como suena lo bueno de la vida: suave,
cercana, verdadera.
Buenos dias!
ResponderEliminarMe ha encantado tu descripción: que placer más absoluto en si mismo es poder disfrutar de un instante como el que defines, y cuanto a lo largo del día nos podemos perder, simplemente por no estar antentos.
ResponderEliminarUn Beso
Beatriz "Borrajas"
Gracias Bea... Pero qué difícil estar atentos siempre a lo bueno de vivir... Uno lo intenta y sólo a ratos.
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