lunes, 13 de febrero de 2012

PATATAS A LA HOJARASCA



Hay quien cree que de toda la hojarasca del tiempo solo se han de aprovechar y guardar unas pocas semillas. A uno, sin embargo, le gusta la hojarasca seca que, no siendo germen, ni semilla de nada, se convierte luego en el mantillo que fertiliza el campo. Y mientras tanto la hojarasca alfombra el bosque y hace música bajo mis pisadas, se pone a jugar con el viento y abriga a las salamandras y a los grillos.

Hay quién cree que la mayoría del tiempo hay que malgastarlo, malvenderlo, invertirlo en negocios y trabajos para luego destilar unos pocos días, unas pocas horas de dicha y libertad. Tal vez guardarlo en una caja fuerte para eso que llaman el futuro, la jubilación, el día de mañana. Sin embargo la sonrisa y el placer están en cada esquina del día y en muchos días corrientes que no tienen casi nada de extraordinario y apenas cuestan nada. Será que uno es poco mundano y se conforma con hojarascas, instantes breves, sabores familiares y cercanos y baratos.

Tantas veces nos equivocamos. Tantas veces nos perdemos en los miedos. Tantas veces perseguimos los sueños de los otros que acabamos olvidando lo que importa. Hoy, el olor a leña de encina muy seca, junto a unas piñas grandes, más un buen manojo de romero que guardaba seco en la despensa y ya no servía para otra cosa que para perfumar el instante de este invierno. Y luego, el olor de unas patatas grandes que se asarán en los rescoldos y que adornaré, cuando estén a punto, unas con tocino muy picado y frito, hasta perder casi toda su grasa, en una sartencilla; otras con queso del Casar y otras con Cabrales batido.

Cenaré estas patatas y también unas rodajas finas de morcilla de calabaza y pan también tostado en el rescoldo. Antes de que anochezca, camino despacio hundido en la hojarasca de este bosque de robles y apunto a los zorzales alirrojos para bajar del cielo una docena que guisaré con mimo y con respeto.

Y más tarde. Ya muy tarde, reviviré la chimenea con otro tronco y otras piñas y miraré las llamas como otros, muchos otros, muchos años antes las miraron, fascinados, perdidos, en paz por un rato con el mundo, aunque hubieran comido unas pobres patatas con tocino y con queso como las mías. Se hecha de menos entonces quién compartió alguna vez con uno este fuego, unas patatas y el silencio, las caminatas tras los zorzales y el gusto simple por la hojarasca que suena cuando caminamos como suena lo bueno de la vida: suave, cercana, verdadera.


3 comentarios:

  1. Me ha encantado tu descripción: que placer más absoluto en si mismo es poder disfrutar de un instante como el que defines, y cuanto a lo largo del día nos podemos perder, simplemente por no estar antentos.

    Un Beso

    Beatriz "Borrajas"

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  2. Gracias Bea... Pero qué difícil estar atentos siempre a lo bueno de vivir... Uno lo intenta y sólo a ratos.

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