Veo el ajetreo de los floristas y las cajas o cajitas que han preparado en las bombonerías con motivo del día “de los enamorados”. Recuerdo a una enamorada que decía que no les gustaban las flores cortadas porque eran “cadáveres de plantas” y menos los bombones, “tan dulzorros y engordadores”. Ahora le encantan las rosas y las cajas de bombones historiadas que yo no le regalé nunca, claro. La gente tiene derecho a cambiar. Como aquellos que con veinte años eran de la Joven Guardia Roja y ahora militan con similar fe en el Partido Popular. Como aquellas que yo recordaba tan morenas y ahora se han vuelto rubias con los años. Como aquel amigo tan vegetariano hoy experto en carne de buey. Renovarse o morir. Reinventarse, que dicen los libros de autoayuda. Y uno nada anquilosado en lo de siempre, conservador, rancio, sin haber cambiado demasiado, un raro, no festejando este día del amor parejil y sus circunstancias comerciales.
No festejo el
día de los enamorados porque no he podido olvidar aquella infame película del
mismo título del año 59 con Concha Velasco, Tony Leblanc. Será el reflejo condicionado
de Pavlov de mi infancia en blanco y negro. O tal vez la razón sea otra, cierto
pudor contra los días que ponen de moda los centros comerciales, las mercerías y las
bombonerías. Me he tomado un café en Mallorca y me han puesto una pasta de té
con forma de corazón recubierto de una mantequilla rosa chillón. Me he tenido
que poner las gafas de sol para mirar el engendro pastelero con claridad sin
que me deslumbrasen sus reflejos. Pero lo de las floristerías me ha gustado
menos, muchos ramos de rosas, por docenas, como los huevos, y rebajadas, por
eso de la crisis o porque debe haber menos enamorados de los que pensamos o
porque el ecologismo hace que piensen muchos y muchas en eso de las rosas como
plantas descuartizadas en la flor de la vida, es un decir.
La pasta de té
me la he comido, por si le han echado algo a la masa tipo “cupidina” o "enamorina" y me entra
la necesidad de hacer fiesta los 14 de febrero y comprar una docena de huevos,
una docena de bombones emperifollados, una docena de flores embebidas en glicerina como las
que se compran en los tanatorios y que duran tanto sin marchitarse. Pero yo
creo que la galleta no me ha hecho efecto. Es lo que tiene ser tan descreído, que no me hacen efecto ni las drogas, ni la televisión, ni los libros de autoayuda, ni los días señalados.
Y ahora, tras el NODO, le receta enamorable, basta, bastarda y poco refinada: wok, aceite, fuego a tope, zanahoria, apio, cebolla y todo muy rallado, once ostras limpias, tacos de solomillo adobado unas gotas de teriyaki. Cuando está apenas dorada la carne, añadimos salsa de aji amarillo picante y a servir con muchos granos de granada por encima. Imprescindible: comer en el mismo plato con un único tenedor, frente a frente, con poca ropa y dos botellas de vino, una para cada uno. No olvidar mirarse a los ojos en cada brindis y en cada orgasmo.
De rosas embalsamadas, bombones descorazonados y demás tramoyas tópicas abstenerse, que el amor es algo serio, cuanto más lejos de los santos valentines mejor.
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