Por aquel entonces iba marcando muescas en mi paladar: becada,
champán, ostra, lamprea, trufa, hortolanos, foie, langosta, caviar, angulas,
fugu, dátil de mar, atún toro… hasta el apestoso durián tenía la suya. Pero en
la otra parte de mi memoria también se grababan sabores y experiencias de menos
arrogancia y menos lujo, pero de más verdad e intensidad: aceite, pan, cereza,
salmonete, jamón...
...Ojeo un libro de “recetas afrodisíacas”…
la gente se cree cualquier cosa. La leyenda de “lo gastro-afrodisíaco” ya tiene
milenios –Apicio y su “De re coquinaria”, por ejemplo-. Pero en una comida lo único de verdad
afrodisíaco es la compañía. La comida estará rica o no, pero nada más. No nos
hace más listos, ni más sublimes, ni nos pone más o menos “calientes”.
Igual el lujo. ¿dónde quedaron los
guisos de lenguas de flamenco o los lirones aderezados con miel y adormidera?
–estaban locos estos romanos-.
Pero despertar en un pueblo de menos de
cincuenta habitantes, rodeado de bosques de robles y castaños, con la nieve
recién caída, la chimenea encendida y la segunda botella de vino abierta ayuda
algo a descubrir qué nos excita y qué es lujo.
Hice las salchichas esta mañana muy temprano: medio ajo rallado, perejil, pimienta
recién triturada, sal, por cada kilo de boletus edulis medio kilo de solomillo ibérico y cuarto de panceta
ibérica. Pico la setas y el solomillo a cuchillo en daditos y la panceta con la
picadora. Lo amaso todo con el resto de ingredientes y entripo la farsa con una máquina choricera.
Las pincho con un palillo y aso las
salchichorras a fuego medio, mejor sobre fuego de leña, que queden muy doradas
por fuera pero no muy hechas por dentro. Tuesto el pan a la vez. Hot dog
rústico y rico, para comerse dos o tres seguidos regados con este tintorro
joven del Guadiana. Me dicen que
estas salchichas ya las comían los Iberos y que en el siglo IV a cierto romano
viejo, rico y goloso de Emérita Augusta le volvían loco.
Para comer estas salchichas olvídate
del Ketchup.
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