viernes, 12 de marzo de 2010

EL CAFÉ DEL RÍO

(Foto: Waclaw Wantuch)
Te diría todo esto despacio, en el Café del Río, para mi el mejor restaurante de NY, ahí en Broowlyn, casi bajo el puente, con las mejores vistas de toda la ciudad y buena comida, un menú de glotones con hambre como nosotros. Me disfrazaría con la chaqueta por un rato (y los camareros hablan español).

Sé muy bien que nombrar el amor es caminar desnudo entre espinos y pisar cristales helados. Saber que la intemperie no abriga, ni cuida, solo envejece, duele y muerde. Uno se asoma al acantilado y lanza despacio todas esas palabras con la certeza de que van a caer entre la espuma y las rocas, donde nadie verá sin son verdad o ruina, belleza o ruido. Pero no importa, nos arriesgamos, nombramos el amor enlazado a un nombre, nos deslumbra la certeza y la lucidez de saber ver la verdad en su presencia aunque ella lo ignore o se burle o se aleje o no entienda. Primavera breve y largo invierno, ese es el riesgo, pudiendo ser invulnerables, arrogantes, duros, nos quedamos en piel, dormimos sin cuidado, mostramos sin pudor ese lugar del cuerpo que nos hace tan mortales. Sé muy bien que nombrar el amor es saberse vencido de antemano, saber que va a doler, que tal vez vendrán luego años y años de silencio y de ruina. Sobre todo si se muestra así, sin ningún miedo, pudor, vergüenza o prudencia, con esa seguridad de saber que su cuerpo nos derrite y sus palabras las soñamos muchas veces, muchos años. En su voz.

Y que importa si duele o si hay fracaso. Hay veces, muy pocas, pero hay veces, en la que descubrimos que ella está ahí también desnuda entre los espinos, pisando los mismos cristales helados que tu pisas. Entonces, solo entonces, las heridas son nada, solo nidos de besos y los pies desnudos aprenden a caminar por lava o hielo o por el mundo y nada hace crecer jamás a la tristeza, mala hierba ya extinta. Hay veces. Amarte. No me importó escribirlo tantas en tantos lugares. Porque siempre fuiste dulce, cercana, cómplice, dura. Porque de lejos estabas a mi lado tocándome la piel, el sexo, la nostalgia. Porque te atreviste a saber quién era y cual era mi mapa del tesoro aunque yo lo hubiera olvidado. Porque te desnudaste muchos años antes que yo, valiente, mujer, sin importante ni espinos venenosos, ni cristales rotos, sucios, ni derrota. Porque hay veces, muy pocas, que amar es libertad enredando en caricias, besarte y que te vayas, esperar, soñar, tocar, morder, saber que el tiempo sopla siempre hacia adelante y las ciudades son nuestras y decir que te amo no suena ni a torpeza, desafío, petición o reto sino a esas cuatro palabras que se esconden siempre detrás de tu sonrisa: ya lo sabía tonto.

Cocinar para tí con las manos vacías, esta carne que hace lo que somos y el agua que se escapa de nosotros cuando dejamos que el instinto nos convierta en dos lobos, dos lobas. Cocinar para ti sopa, asado, postre, hambre y sed en el festín que siempre es saber amarse de tan largo, tan despacio, tan lejos. Ahora sé cocinar y antes no, ahora sé como amar y antes no. Y ahora sé que lo sabes. Lo sabías. Abren el vino. Las copas están dispuestas y la vida y el nosotros.

Estoy desnudo, espinos venenosos y cristales rotos por el suelo. Que importan las heridas si son nidos de besos.

2 comentarios:

  1. Llevo leyéndote ya mucho tiempo,pero nunca me he lanzado a escribirte. Creo que tus textos son maravillosos, cuando alguno me toca especialmente siempre tengo el impulso de compartirlo con la gente que aprecio.
    Hoy me puse a rebuscar por aquí con la palabra "nostalgia", y este relato es justo lo que necesitaba. Aunque por ahora me lo quedo para mí. Muchas gracias.

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  2. Me alegra que te gusten las "recetas" Elena. Pero ten cuidado con la palabra nostalgia (que a veces es venenosa) Bs. Gracias a tí.

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