domingo, 13 de junio de 2010

ESPAGUETTI DE LLUVIA

(Margatet Made en Baarìa de G. Tornattore, que me recordaba tus ojos)

Dentro de pocos días la tarde de ayer me parecerá un espejismo. Anduve por Madrid casi sin rumbo, Embajadores, Toledo, Cava, Opera, Plaza de España. A veces la lluvia mojaba fino, otras fuerte, otras la humedad y el frío tal vez venían de dentro. Me refugié en “8 1/2” para tomar un poco de café y de silencio y luego me metí casi sin querer en la última de Tornattore y recordé muchas tardes en las que el cine era como el sueño. Me quedo de la película con lo mucho que dice con las cuatro o cinco escenas en las que sale la comida para describir la historia: ese bocadillo de filete milanesa, la fruta robada del huerto, la mujer amasando sobre la mesa de madera, el beso manchado de harina, el concurso de comer espagueti sin manos, el brindis, el pulpo… y los primeros cuatro minutos de la película sobre todo, esa carrera es lo mejor.

Me gustaría inventar un plato que supiera a lluvia fría de Junio, a la soledad húmeda atravesando la ciudad hirviendo de sábado, a los ojos brillantes de cine en esos primeros cuatro minutos. Podría ser un plato de espaguetti al dente con una salsa de tomate muy espesa a la que puse mucha cebolla, mucho pimiento verde y tomates secos, una salsa fina, bien triturada, dulce, aromática, potente a la que añado en el último momento un montón de berberechos recién abiertos, templados, llenos de agua de mar y una lluvia de albahaca fresca muy picada. Me gustaría inventar un plato que cuando coma en soledad sepa a tristeza y cuando coma en compañía me sepa a risa de verano. Que tuviera el aroma de esta ciudad que amo bajo las nubes grises y el sábado solitario, el color intenso y embriagador de la primavera en La Vera, el sabor del mar que llevamos metido en la memoria.

Tras la película caminé bajo la lluvia de vuelta a casa. Llevaba en la mano una bolsa de cartón que se mojaba y dentro el guión de “Caótica Ana” que compré en “8 1/2” y una bola con toda mi tristeza. Faltaban pocos minutos para que fuera ya de noche. Sentía los mordiscos de la soledad en mis piernas de andarín pero me resistía a sentir su dolor. Entonces me llamo R. para contarme emocionada como se le había escapado la trucha más grande que le había picado nunca y unos segundos después me llama A. y M. desde el concierto de Sabina en Badajoz y sonaba la gente cantando “Calle Melancolía” y dos minutos después G. para decirme que estaba en el Japonés al que le llevé la semana pasada y desearme buenas noches.

No creo en la magia, ni en la telepatía, ni en el destino, solo jugamos al azar, pero esas tres llamadas tan distintas, tan cercanas, tan calidas me llenaron de lluvias la cara y vaciaron mi corazón de tristeza.

Caminé hasta mi casa con las piernas ligeras y me hice unos espaguetti con esa salsa espesa de tomate. No tenía berberechos ni albahaca así que añadí unas vieiras que tenía congeladas y un poco de cilantro fresco y tu SMS. Tal vez sea este el guiso que buscaba para recordar estos días extraños de lluvia por dentro y por fuera.

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