lunes, 28 de junio de 2010

SABOR DE TORMENTA

(Ilustración de Stéfano Bonazzi) A veces la herida duele mucho tiempo después, cuando ni siquiera el recuerdo la convoca. Nos sentimos entonces muy vacíos y escuece hasta el aire de la calle. No es tristeza, es otra cosa, nos sentimos sin piel, sin arrogancia, sin aquello que hasta entonces nos protegía del sol y la intemperie. No nos cubría ya nada y no nos dimos cuenta o no nos importó mostrar que nos gusta ser amados por quien amamos, jugar desnudos y mojados a enredar con la tormenta y con la noche.

Nada que hacer, ni que decir, ni que soñar. Nada que cocinar jugando con la memoria y la invención. Comprendiendo que la vida es previsible y a mi nunca me gustó lo previsible, ni la prudencia, ni las despedidas, ni escribir porque sí, como artificio o como música de fondo. Para mi escribir es igual que una tormenta, asusta, refresca, fascina, ensueña, sorprende, ilumina lo oscuro unos instantes. Escribir es respirar y oler la tierra mojada y las nubes frías y la hierba seca mientras se moja. Si no siento todo eso prefiero no escribir.

Caminé por la ciudad ligero de equipaje y sentí que me iba lejos de nuevo sin saber dónde. Muy perdido y muy sólo, sorprendido de que al menos perdido y solo estuve siempre, que no era cosa de hoy. Y no era cosa de nadie. Solo mía. Yo lo quise, lo busqué, lo sentí.

Pero estar perdido y sólo no hiere cuando no recuerdas las última vez que sabías el rumbo y sentías el juego de ir caminando abrazados.

Duele que pase la tormenta y no poder mojarme con la del cielo. O la tuya.

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