viernes, 11 de junio de 2010

RATATOUILLE ASÍ DE SIMPLE

(foto de Elene Usdin)

Menos es más, la sofisticación es sólo decorado, lo exótico aburre, la cocina sofisticada tiene sus límites, como el amor sofisticado.... La emoción, lo que nos hace gritar, llorar, gemir de placer suele ser muy sencillo, hasta simple. Recuerdo al exigente crítico de la película “Ratatouille” que de pronto toca el cielo del gusto precisamente con ese sencillo plato que da nombre a la historia. También en el amor y en el sexo descubrimos que en lo sencillo está lo sublime, lo rico, la felicidad. Un abrazo, una mano jugando con la otra a acariciarse, el sabor de “el origen del mundo”, del tuyo, un beso breve o lento o tímido, jugar despacio al placer sin llegar a ningún sitio ni al final, ni al orgasmo, ni batir ningún record, sin juguetes de pilas de litio y piel de silicona verde. Sin lubricantes con sabor a fresa ácida, sin salsas tecno-puturrudefuá. Aunque no se si piensas tú así, pero lo imagino.

Me hace feliz lo sencillo, en la vida, la cocina, el amor. Para complicarse la vida ya está la vida misma, la crisis, esa locura laboral urbanícola de consumo con la que nos han engañado a casi todos. Manuel Castells decía el otro día también algo muy sencillo y verdadero (en su caso apoyado por toneladas de datos y de investigaciones, que Manolito nunca dice por decir) que al final solo “queremos tener tiempo, tiempo para nosotros, tiempo para querer y que nos quieran”. Joder, el mejor sociólogo del mundo diciendo esto por la tele a Iñaki Gabilondo. El consumo y el capital nos engaña pero no nos borra los sueños, estos sencillos sueños tan humanos. Vendemos el tiempo de nuestra vida pero no el alma, por ahora.

La receta es de mi amiga Bernadette: cebollas, pimientos, berenjenas, calabacines, tomates buenos y maduros, unos dientes de ajo, una ramita de tomillo fresco, que ahora es temporada, unas hojas de romero, pimienta, sal, un poquito de azúcar y, por supuesto, aceite de oliva.

Sofreímos cebollas y pimientos cortados en fino, tapamos la sartén y cocemos a fuego lento un cuarto de hora. Luego añadimos al guiso las berenjenas y calabacines cortados en dados, corregimos de sal y añadimos después los tomates troceados sin piel y sin semillas, dos ajos aplastados con la hoja del cuchillo y también el tomillo, el romero, un poco de guindilla y el azúcar. Continuamos el chup, chup media hora con la sartén tapada removiendo de vez en cuando. Yo he añadido a veces criadillas de tierra de Extremadura y un poco de poleo salvaje que cojo en la garganta cuando pesco. El plato, frío o caliente o templado, al igual que el amor con deseo, está bien rico siempre. Y tan sencillo. El lema de la película Ratatouille es “todo el mundo puede cocinar” parece una obviedad, pero hoy ya no lo es, mucha gente no cocina, no lo ha hecho nunca. No saben lo que se han perdido. Lo que se pierden.

Yo cocino para ti mis palabras, mi imaginación, mis deseos, mi tiempo. Adivino las cosas sencillas que te gustan o las invento o las sueño. Ratatouille, jugar con las manos, recuperar la infancia o su memoria, escribirte un SMS concentrando en cada letra un poco de salsa de ternura, de sal salvaje, de sonrisa cómplice y de hambre. De ti.

Lo sencillo, lo simple, aquel sabor de verdad emocionante, no sé hoy si de estas verduras de la receta de Bernadette o de un beso tuyo hace tanto. Lo sencillo, el color de tus ojos en el cielo de mi memoria o soñar que ahora tienes dieciocho y te muerdo la risa y te cuido de sombras y de lágrimas o soñar que pasaste ya los cuarenta y me muerdes la risa y me cuidas de luces y desiertos.

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