domingo, 27 de junio de 2010

SOPA PARA DESPERTAR LAS MARIPOSAS

(Imagen de Ricardo Celma)

En china hacen hasta una sopa de crisálidas.

Ya sabes mi pasión por las sopas. En las sopas está el hambre de los pueblos, hambre de generaciones, hambre, frío, desolación y contra todo esto la imaginación y la alegría de tener al menos una sopa caliente. No fue el asado sino la sopa lo que nos civilizó. No nació el amor por compartir un trozo de carne asada sino al hacer en el fuego, en ese primer recipiente de barro, una sopa. En la sopa se esconde la ternura, las ganas de calentar el estómago, si, pero también el corazón de quién la bebe. El deseo de que el otro sienta un escalofrío de gusto que le reconforte y disuelva lo malo y hostil que está ahí fuera, acechando la vida.

Sofrío una cebolla dulce y una zanahoria muy picadas y añado dos manitas de cerdo cocidas, deshuesadas cortadas en tiras muy finas, unos pocos cominos machacados, un chorro de salsa de soja y otro de aceite de sésamo, dos anises estrellados, un vaso de vino de arroz y otro de caldo de pollo y dejo cocer a fuego muy lento media hora, pruebo de sal y añado entonces unos tallarines y cuando están hechos pongo un poco de pimienta, pizca de cilantro y unas gambas crudas también muy picadas. Se ha de comer muy caliente, estilo chino, para sudar y soplar.

En China y en España las sopas no son un mundo sino el universo entero, una memoria echa sopa a la que se añadió durante siglos imaginación, cariño, cuidado, ternura, amor y muchos alimentos sorprendentes. Se olvidarán las sopas, temo, arrasarán las sopas de verdad todas esas sopas preparadas de sobre y desaparecerán con ellas la forma más real, dulce y certera de optimismo. En china dicen que quien sabe hacer bien las sopas sabe también amar.

Yo sigo haciendo sopas mientras las mariposas vuelan en mi estómago cada vez que me abrazas.

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