viernes, 25 de noviembre de 2011

ANCHOAS CONTRA LA CRISIS


(Pintura de François Maréchal)

Camino deprisa a una reunión y bajo caminando por un pequeña calle por la que me gusta tanto pasar siempre. Allí, en la galería Orfila, me hace frenar en seco un pequeño cuadro de François Maréchal. Pienso en la triste utilidad decorativa de la pintura en nuestra sociedad, cuando el arte, sus utilidades, siempre tuvieron voluntad de ser otras: deslumbrar, hacer reír, desagradar, proponer una historia, incitar a la protesta, al amor o a la vergüenza. Pero el debate sobre esta utilidad es infinito y yo me quedo hoy con la capacidad para incitar al apetito que tiene este pequeño cuadro expuesto en el escaparate de una galería aún cerrada a las nueve de la mañana de este viernes extraño, mientras Europa se hunde muy despacio y se derrumba también lentitud una sociedad sumisa, incrédula, perpleja y torpe.

Un plato de sencillas anchoas. Puedo olerlas detrás del cristal. Siento que ensalivo como el perro de Pavlov y que ensaliva mi memoria, el hambre, las ganas conversar con la voluntad del artista de concentrar con unos pocos trazos y unas sabias manchas de color un mundo tan ancho, vivo y placentero.

Se muestran al hambriento espectador dos tipos de anchoas, ambas untuosas, saladas, perfectas en su punto de madurez y tiempo. Camino deprisa a la reunión pero ya no estoy en esta ciudad sino en un pequeño bar, tal vez de Comillas, de Sanlucar o de Denia, de Normandía. Huelo la marea, la salazón en el plato, la espuma de la cerveza, el placer de sentirme desposeído, nómada, inseguro, perdido… y sin embargo tranquilo y en paz con todos. Porque nunca fui desleal, ni flexible, ni cobarde, porque siempre fui fiel a una forma de ver el mundo tan poco gregaria, tan poco ambiciosa, tan dudosa. Porque no traicioné, no cometí infamias, ni robé. Porque no amé otro oficio que el de jugar con las palabras, el de caminar lejos o el de saborear la memoria de las personas que amé y de los guisos y alimentos que me dieron al pequeña felicidad de su sabor y si ciencia.

Agradezco hoy al artista estas anchoas. Espero que no decoren ninguna casa sino que sirvan para evocar en muchos momentos a su poseedor la intima felicidad de la memoria de quien sabe que las anchoas en salazón son más importantes para nuestra historia o nuestra vida que la carroña legendaria del Cid, que la grandilocuencia absurda de los gobiernos, que la extraña actualidad que nos ahoga, que las primas de riesgo o los discursos “filonazis modenados” de los que arruinaron el mundo y ahora se sienten, además, salvadores sin culpa.

Saboreo las anchoas, la amarga cerveza, la mañana junto al mar, el tacto de este tiempo (aunque ahora vaya deprisa y sólo por la ciudad). El mundo se derrumba pero esta pequeña pintura de un plato de anchoas nombra que la felicidad es fácil, barata, poco suntuosa. Que un cuadro vale más que mil cadenas de televisión para explicar el mundo de verdad, el nuestro. Que el escaparate de una galería de arte puede enseñar con mimo, claridad y sin trampa que lo que se acaba o se derrumba es otra cosa, pero no nuestra vida, ni nuestra cultura, ni nuestra alegría de vivir.  Almorzaré hoy unas anchoas con pan y nada más.

Gracias Antonio, Merci François.

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