(fotografía de la modelo Tara Lynn)
Menos meter nata en una salsa, me gusta casi cualquier cosa. Aunque el amor no me gusta desnatado, sino con toda su grasa, crema y espesura (abtenerse sílfides, dietófobas y tallas por debajo de la 40).
¿Que dónde estoy más en mi salsa? Debajo de ti o encima de un lomo de bacalao desmomificado cuyo
“oleo” voy a utilizar para jugar a pintar un cuadro con las cuatro salsas
patrias: salsa roja de pimiento choricero, salsa verde de perejil, salsa negra
del chipirón y la salsa blanca y marfil del propio pilpil.
Tras armar el pilpil,
(utilizo el lomo de bacalao para fabricar un atascaburras) con la emulsión
enriquezco las cuatro salsas roja, negra, verde y blanca y coloco encima un
filete de gallo (pescado) desespinado y apenas marcado en la plancha.
Ni salsas
pardas, ni salsas de mantequilla, ni currys fosforescentes, ni salsas de pomodoro,
ni mostazas del norte, ni agridulces orientales. Carne de choricero o perejil y
cebolla o tinta de chipirón con cebolla o emulsión de gelatina de bacalao más
aceite de oliva y ajo frito. Cuatro salsas rotundas, ibéricas, íntimas para
hacer nadar sobre los cuatro riachuelos de colores a este gallo sin cresta ni
espolones de carnes blancas y piel crujiente. Pero podemos utilizar cualquier
otro pescado barato y bueno. ¿qué tal un lomito de caballa?
¿Que para qué se
hizo el pan? Para pringar
en las salsas y rebañar el plato. En todas las salsas ricas de la vida.
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