martes, 22 de noviembre de 2011

MÁS ARROZ...


(Foto de Ana Maestre) Vuelvo al arroz como al lugar donde he sido feliz. Un arroz nómada de conejo y setas que sazono con un sofrito de tomate, cebolla y una punta de pimiento verde cornicabra. Vuelvo al arroz de grano bomba embebido con todo el sabor de monte y de la infancia. Primero dorar los ajos en buen aceite, y luego el sofrito  lento con las verduras en picada diminuta, después rehogo el arroz y añado el conejo deshuesado que antes cocí con zanahorias, laurel y vino. Después las setas troceadas. Esta vez boletus secos, que hasta el bosque está en crisis. Y por fin el caldo justo de cocer el conejo. Poco antes de terminar, rocío el guiso con medio diente de ajo muy machacado y el zumo de medio limón. Así lo aprendí hace muchos años de Sixta al amor de chimenea y trébede. Vuelvo al arroz de otoño, sin mucho adorno ni refino. En las encuestas sale la tortilla de patata delante del arroz entre las preferencias culinarias de la tribu. Esa manía que tenemos los sociólogos por hacer ranking y obligar a preferencias a la gente. Yo no sabría decir en donde hay más amor o más sabor.

Vuelvo al arroz de caminante, de peón caminero, de pastor, de cazador de a pie. Y sin embargo, bajo el rotundo sabor a caza y bosque, el arroz sigue teniendo para mí la textura de algo exótico y delicado. Donde se come arroz está mi casa y donde no se come es tierra inhóspita. Mi infancia feliz es el arroz y el mar Mediterráneo, lejos de ahí siempre me he sentido un extranjero.

1 comentario:

  1. Qué lujo de cesáreas y de boletus.

    Donde se come arroz está mi casa y donde no se come es tierra inhóspita.

    Me quedo con esa frase tan sincera por lo de uno. Lo sencillo.

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