(Fotografía de Romá Senar midiendo olivos de más de mil años)
Saboreo esta noche unas setas con aceite y el perfume que dejó vuestra risa.
Tal vez sólo los árboles son sabios y
leales, fieles a la lluvia y a la tierra, generosos sin medida y bellos
siempre.
Nunca conocemos a quién tenemos cerca hasta que un día descubrimos que
es un extraño o una extraña, que nunca supimos de él o de ella el color de sus
sueños, el afilado filo de su placer o el camino que de verdad quería pisar al
llevarnos de la mano. Sobre la intensidad aparente del amor, sobre la intimidad
crédula del deseo, sobre el tesoro aparente de los años compartidos se extiende
un fina capa de ceniza que borra cualquier rastro, todo sabor, todo tacto.
Y sin embargo, también, en
ocasiones, como un árbol milenario, como un olivo antiguo, la amistad resiste la lluvia y la
belleza, las alegres infidelidades y las pequeñas traiciones de la distancia o
del silencio y se mantiene en tierra generosa ofreciendo la fruta secreta del
reconocimiento. Vosotras sabéis de verdad donde estuvieron las rendiciones, las
perdidas, las derrotas, las imprudencias, la verdadera lealtad que nunca
disimulamos cuando estuvimos juntos, aunque me deje arropar sin pudor por el silencio y
vuestras palabras. Y aún así y por eso, el brazo en la cintura, la mirada sin farsa, la sonrisa desnuda, todo asoma verdad y ternura,
calor y compartir, risas y sorbos. Y es que me siento igual, siento lo mismo y
os veo igual. Nada transforma aquel tiempo. Saboreo el vino, brindamos, comemos
juntos, setas, liebre, la tarta de chocolate más buena del mundo y la noche
despacio. Pienso cuando os miro que gustaría ser incansable e inmortal como
entonces, pero sin añoranza. Los tiempos por venir, siempre mejores.
Al día siguiente, ya lejos de la
ciudad, camino por el campo entre robles y olivos milenarios, cuidado por los
hijos y por noviembre, sintiéndome frágil y feliz. Preparo después unos
galipiernos, parasoles, macrolepiotas, unas sencillas setas a la plancha que
convierto en suntuoso festín con un poco de paté hecho con boletus secos y
aceite.
Luego cae la noche y mucha
lluvia. Los hijos duermen. Releo unos versos:
“Daría los mares vividos
e
incluso los océanos no soñados todavía,
creedme, por una noche al azar
de aquellas tantas
en que fui feliz con vosotras
y no lo supe”
Qué año más fantástico éste de prolongado verano y, afortunadamente, con su otoño templado de lluvias aún no comido por el invierno.
ResponderEliminarY salieron las setas.
Soy un apasionado de los olivos milenarios. Este año disfruté mucho por el bosque de olivo de Canet lo Roig. Un lugar para escucharlos.
Un saludo, Ramón.
P.D. Me pasaron este enlace de tu blog araíz de un libro de gastronomía sobre los olivos de la mancomunidad del Senia.