Te veo en la
plaza, rodeada de amigas y de amigos, proponiendo otro futuro, discutiendo,
escuchando, escribiendo en un cartón unas propuestas.
Cenas, dentro
de un panecillo, una tortilla de finas hierbas y un tomate rajado con su sal,
su chorreón de aceite y tu alegría. Y veo belleza en tu edad, en tu cena, en tu
necesidad de palabras.
Me acerco a
leer lo que has escrito:
Al poder, que carroñea con nuestro miedo, no le
importa lo que pensemos o nombremos, lo que escribamos por ahí en un face, en
un blog, en una pared, sólo le importa que las palabras se conviertan en
hechos, acciones y vida. Sólo el hacer transforma el mundo, aunque antes, las
palabras, limpien de miedo las esquinas.
Al poder, que roba por igual nuestros sueños y el
perfume del porvenir, no le importa lo que gritemos fuera del horario laboral,
ni los silbidos a las banderas, las monarquías o sus amantes, sólo le importa
que esa furia tome la calle, las plazas, las casas vacías, las cuevas de
alibabá donde esconden sus
discursos y sus trampas los gangsters que nos gobiernan. Aunque antes, las
palabras, les quiten sus armaduras, fetiches y dignidades.
Pero nada de esto está escrito, la música de estas
letras se escucha aquí y allá, en la voz de los yayoflautas que aun recuerdan
el hambre de los cuarenta, en la boca de adolescentes que no tienen nuestro
miedo, en los labios de mujeres que ha
luchado muchas vidas por olvidar miserias y represiones.
La música, antes de sonar a catarara, se va colando
por todas partes y cuando sea catarata ya no podrán parar a las palabras ni a
los hechos que las empujarán para no dejar de ese poder indigno, carroñeador,
ladrón y despreciable ni los huesos.
Luego. Ya en
casa, imito tu menú de panecillo con tortilla de cebollino, perejil y estragón
muy picado. El tomate rajado. Y me siento orgulloso de ti, desconocida, y de
tantos como tu que ya tomaron la calle y poco a poco van tomando las palabras
para hacer. Y cambiar todo esto.
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