(Fotografía de Cristian Fernández)
De nuevo un
arroz que viene de muy lejos, de la memoria salina de la infancia. De recordar
como es el tacto de la marea del Mediterráneo en la piel y no cansarse nunca de
jugar con las olas calientes y broncas de la tarde. Pero hoy estoy en la
montaña y no es tiempo de ocio. Además nunca supe estarme quieto, en ninguna
parte, por ninguna razón, salvo cuando los libros me abrían alguna puerta y me
olvidaba del cuerpo. No podría dedicarme a la contemplación, ni a estar tirado
en una playa adorando al sol como una foca, ni a estar apoltronado en una
hamaca de piscina como un buda rentista.
Toco los
granos de arroz, pico muy finas las verduras del sofrito, judías, alcachofas,
pimiento verde, espárragos trigueros, tomate… Aliño el cebiche de gambitas que
dará el punto cítrico a este plato. Con el sofrito a punto arrojo el arroz al verde, remuevo, añado el caldo y espero.
De todos los
momentos de mi vida los más felices siempre fueron los despertares, la cama
revuelta, tiempo sin prisas por delante, la sorpresa de estar vivo y ahí
después del largo viaje de una noche.
Con el arroz
al dente añado el cebiche que he hecho antes, las gambitas que he
fileteado y sumergido en un aliño de zumo de lima, aceite, tomate triturado, un
casi nada de ajo, sal y un puñado de salvia picada. Tapo con un trapo húmedo y
caliente la paella y separo del fuego el guiso.
Me gusta mucho
madrugar y estar en el río cuando comienza a amanecer. Me gusta
mucho, también, despertarme despacio y descubrir que la noche no jugó con
nosotros. Me gusta mucho este arroz que luego siempre me como con un punto de
alioli. Eso también me queda de la infancia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario