miércoles, 13 de enero de 2010

PATATAS EN SALSA DE TOMILLO

(Foto de Carlos Tovar, uno de los mejores fotógrafos de libélulas de Europa)

Quizá porque hace ya muchos días que vivo bajo la lluvia o la nieve hoy en soñado que caminamos entre los “canchos” de la garganta de Pedro Chate en primavera y verano con las riberas llenas de tomillo silvestre en flor de olor intenso. Aquí, en mi pequeña cocina, tengo una rama amuleto que no utilizo pero si huelo con los ojos cerrados cuando quiero sentir el agua del torrente, las pequeñas libélulas azules, el intenso olor a dehesa y a vida.

Si hay una “yerba” que alegre mi cocina esta es el tomillo salvaje, como alegra igualmente la cocina cajún de Nueva Orleans, la cocina Jamaicana o las carnes guisadas de Bretaña y hasta de Irán. El tomillo hermana cocinas tan distintas, su aroma fuerte, alegre, vital, medio ahumado, nos hace iguales.

Tienes que ver esas riberas en dónde nacen montones de plantas de tomillo entre las piedras redondeadas por miles de inviernos, tienes que sentir su olor a distancia mezclado con el olor de las cicutas, las jaras, los romeros, el musgo, los helechos casi alborescentes.

En la dehesa de Flore, una vez Sixta, su mujer, nos hizo una patatas con cebolla dulce y tomillo que luego yo he hecho muchas veces. En esas patatas estaba el sabor entero del paisaje. Es tan simple, tan elegante, tan fácil el plato... Caliento medio litro de nata fresca con una rama de tomillo silvestre en flor picado, un poco de sal, otro poco de nuez moscada y de pimentón. Cubro una fuente de barro con rodajas de patatas nuevas y una cebolla dulce picada, vierto encima la nata hirviendo y un poco de queso de cabra en aceite rallado, horneo fuerte casi una hora las patatas con la fuente tapada y luego un cuarto de hora destapada para que se gratinen y doren por encima. Nada más. Esas patatas solas o acompañando un solomillo de cerdo asado en las brasas de encina, también aliñado en un adobo con sus hojas, tienen el sabor pleno de la felicidad, de esas riberas llenas de tomillos en flor por las que he caminado toda mi vida pescando truchas con mis hermanos.

Cuando sea viejo y muera, Tengo la certeza de que recordaré ese último segundo tu nombre y tu olor y el olor de los tomillos en flor en abril y el ruido del torrente, las pequeñas libélulas azules, el charco grande con la cascada en donde pesqué la trucha de mi vida, el sabor de esas patatas, la brisa acariciando el mundo que una vez fue mío. Y no me importará ser nada.

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