martes, 19 de enero de 2010

TRUCHAS FRITAS

Aunque practicamos la “captura y suelta” a veces hay que comerse una buena trucha salvaje, de carne asalmonada, enharinada y frita con su loncha de jamón en la barriga y tu polvo de tomillo por encima. Sin trampa ni cartón, porque detrás de esta trucha hay muchos pasos, muchos lances, muchas caminatas, mucho esfuerzo y también mucha felicidad. Estas no comen pienso sino gusarapas, pececillos y cangrejos como descubrimos cuando leemos sus tripas como augures romanos.

Ayer cumplió años Angel, mi hermano, el de la foto, treinta y pocos. Obviamente la trucha grande es la suya. Estamos ahí encima del Charco del Águila, debajo de donde se unen tres de las gargantas que embellecen la comarca de La Vera, en Cáceres. Ese es, después de tantos años nuestro paraíso. Un paraíso de verdad, muy real, bellísimo. Llevo pescando ahí, contemplando la belleza de ese lugar treinta años y espero seguir pescando y disfrutando de esos torrentes otros treinta por lo menos. Creo que no pido demasiado. Todos los hermanos somos pescadores. Todos nos conocemos cada recodo, cada paisaje, cada piedra de ese lugar desde Pedro Chate hasta el nacimiento de todas las gargantas. Amistad a lo largo como dice el poema de Jaime Gil de Biedma.

Pescar truchas ahí no es fácil, cascadas, fuertes corrientes, charcos profundos. Es difícil cruzar con las botas altas, apoyado en un palo. Muchas veces, con el agua helada, pescando juntos, nos entraba la risa y acabábamos con el agua al cuello y la risa seguía.

Este año espero coger ese primer día una trucha más grande que la suya. Pero si la coge él me haré una foto como esta, para presumir de hermano.

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