Pensaba que era una broma de las tuyas, que nadie en su sano
juicio o con un mínimo de experiencia comercial se atrevería a utilizar ese
nombre para un restaurante serio, el marketing pone límites a lo políticamente
correcto. Te reíste con la boca abierta, dejando que tu risa inundase la
estrecha calle de la parte vieja de esta ciudad acunada por el mar más bronco
que conozco. Y repusiste: ¿Qué pasa, es que "la almeja feliz", "el mejillón caliente", "la chirla en salsa" o "la vieira de Venus" serían mejor nombre para una tasca en la que solo guisan unos bivalvos? No
pensaba que fueras tan puritano, precisamente tú. A mi me gusta mucho el nombre,
¿es que a tí no?. Y hasta me recitaste al volver la esquina un verso
sagrado del Cantar de los Cantares 7:2 Tu
vulva es un cántaro, donde no falta el vino aromático.
Pero nada hay de erótico festivo en el lugar
más allá de los guiños inocentones de las fotos de la carta y el nombre grabado
y rotulado con dorada sencillez en una tabla de madera de raíz de nogal en la
que también hay tallado en blanco y negro el dibujo de un remilgado comensal amante de ese juego. Tampoco los parroquianos que
ocupan la barra y atiborran el pequeño comedor del fondo que da al puerto parecen
muy aficionados a los versos de Salomón o a degustaciones equinocciales en el
fin del mundo o en su principio, que diría Courbet. La tasca ofrece mejillones,
ostras de varias calidades, zamburiñas, berberechos, almejones de carril,
vieiras, carísimas orejas de mar, navajas, pechinas y otros ricos moluscos de la
mismas familia lamelibranquia, guisados en su punto y a precios razonables que
pueden acompañarse con vinos de la tierra: Monterrei, Rías Baixas, Ribeira Sacra, Ribeiro o Valdeorras.
Su dueño, una cocinero cincuentón y simpático, se encarga de nomadear por los
puertos cercanos de la Costa de la Muerte para comprar su fresquísima y
deliciosa oferta de golosinas saladas. Indago en el porqué del nombre y no me
dice nada, me guiña un ojo y se escapa a la cocina a por más comandas.
Pedimos una
botella de Albariño, unos mejillones al aroma de albahaca, unas vieiras apenas
marcadas en la plancha y unas almejas del carril abiertas con un punto de vapor
y casi crudas. Todo el mundo anda chupando y rechupando almejas, sorbiendo sus
caldillos, practicando golosos y castos cunnilingus entre ruidosas
conversaciones, brindis y carcajadas. Una mulata con
el cuerpo de un dibujo de Manara y la piel templada por el trópico sale de la
cocina con nuestro último guisote, una fuente generosa de berberechos
humeantes. Es Marina, su mujer, ¿qué
miras tanto? Se burla mi amigota.
Hay a quienes no les gustan las almejas. Se intentan defender
diciendo que saben demasiado a mar o a naufragio, que no les gusta ese tacto
medio gelatinoso y medio vivo en la lengua o que esos bichos se alimentan de
detritus y miasmas, planctomes infames y limos sospechosos. Tonterías. Son los
mismos que rechazan beber el citado vino aromático alabado en el cantar de los
cantares por el mismísimo rey Salomón, suponemos que en honor a la reina de
Saba. Yo ya tengo en mi imaginación su mítica estampa, imagino que era de la misma
estirpe africana que la cocinera de este restaurante.
Hay quien tiene miedo a las palabras distintas, las almejas
jugosas, los sabores profundos, la piel mestiza, chupar los caldos marinos o
beber en exceso. Buscan extraños argumentos, patrañas
elegantes, discursos agrietados, ñoños y puritanos. Si no sois de esos o de
esas visitad esta sencilla tasca, podréis comer delicias escondidas y beber el elixir
que guardaron los dioses en este lugar cerca del fin del mundo o de su origen.
Publicado en:
http://www.entretantomagazine.com/2014/08/15/tasquina-cunnilingus/
Algo maravilloso
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