Vida autentica, comida auténtica. En la era del simulacro, el sucedáneo y el fingimiento por todas partes nos venden unas porciones precocinadas del Walden de Thoreau. Lo malo no es ese postureo sino comprar por auténtico un pan de cartón… o un viaje, una experiencia, una novela, un programa político, un guiso, un amor de cartón. De ahí viene su afición a la croqueta, que hoy es el mayor monumento al sucedáneo que vieron los siglos. Por eso le bastó que ella dijera “hice croquetas ayer”.
Se levanta con cara de orco. Aún no se atreve a mirar ningún espejo de la casa. La resaca le hace sentir la cabeza llena de arena y barro. La boca está seca como si se hubiera dormido con ella llena de trozos de papel de periódico y zumo de alcantarilla. El cuerpo se mueve igual que el esqueleto de una marioneta checa que ha pasado demasiado tiempo a la intemperie. Sale despacio de la cama para no despertar a la sílfide. Ni siquiera la mira no sea que las tres botellas de Ribera del Duero trasegadas anoche y los tres gintonic de Nordés que se bebieron juntos tras la cena croqueteril la hayan convertido en medusa.
Se levanta con cara de orco. Aún no se atreve a mirar ningún espejo de la casa. La resaca le hace sentir la cabeza llena de arena y barro. La boca está seca como si se hubiera dormido con ella llena de trozos de papel de periódico y zumo de alcantarilla. El cuerpo se mueve igual que el esqueleto de una marioneta checa que ha pasado demasiado tiempo a la intemperie. Sale despacio de la cama para no despertar a la sílfide. Ni siquiera la mira no sea que las tres botellas de Ribera del Duero trasegadas anoche y los tres gintonic de Nordés que se bebieron juntos tras la cena croqueteril la hayan convertido en medusa.
Se mete un
buen rato en la bañera con el agua a punto de ebullición, los ojos cerrados y
un té verde y frío entre las manos. Va recordando, restaurando en su memoria
llena de cemento las risas de la cena, el
vino que bebieron cada vez con más ganas de llegar a la cama y todas las cosas
que se hicieron y que no recordaba haber hecho con nadie en ningún sitio. Luego
los gintonic y después, ya bastante borrachos, siguieron rechupándose hasta que
les pudo el sueño.
Con el alma
medio reconstruida y el cuerpo aún perjudicado vuelve a la cama con un zumo de
naranja, café sólo y un ibuprofeno para doña sílfide o doña medusa, eso está
por ver. Sonríe al escucharla roncar como un ogro, sin embargo sonríe con los ojos, y las ojeras, aún cerrados. Reguñe,
se da la vuelta, se desarropa, sale tambaleándose en dirección al baño. Escucha
como se mete en el agua caliente. La resaca es lo peor, el castigo de la
divinidad por abusar de todos los placeres. Está a punto de volver a dormirse
cuando se mete la sílfide en la cama, mojada, caliente, con ganas de dormirse
un buen rato abrazado a don orco.
Debe ser las
tres cuando se despierta. La resaca no se ha ido, pero ahora solo tiene forma
de cansancio, de agujetas, de hambre, de dulce dejadez. Abandona su abrazo y vuelve a la cocina. Mezcla
los despojos o las sobras de carne de una liebre a la royal devorada antes de ayer
con un poco de bechamel con su mucho de nuez moscada recién rallada y unos dados
de foie. Cuando se enfría la masa en la nevera reboza porciones en forma de
croqueta en huevo y luego en pan rallado. Además de estas croquetas lujuriosas
prepara un agua de tomate con albahaca y unos espárragos a la plancha. Abre
otra botella de vino, lleva el tentempié a la cama. Qué más da sílfide o medusa, si ama las croquetas todo está bien.
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