Acabábamos de conocernos en el sentido social, en el bíblico aún
no. Era junio y volvíamos con hambre caníbal de un chapuzón barato en la
Pedriza donde no llevamos toallas, bocadillo, ni bañador. Valentías de la cándida
juventud. Así que volvimos a tu casa de Madrid a comer algo. Me pasé todo el viaje
de vuelta enumerando con detalles postizos y eruditos las delicias que me
gustaría devorar. Imagino que no te creíste mi palabrería. Suponías que detrás
de la fachada de gourmet puturrú se escondía, como siempre, un tipo lleno de
prejuicios, ademanes, ínfulas y oscuros temores infantiles, así que decidiste
hacer para cenar un guiso de tu abuela granaína,
un plato que seguía por entonces estando vivo contra el viento y la marea de
los modernos mandamientos dietéticos y las tablas mosaicas de los nutricionistas vigentes. Hoy ya no sé, seguro que está prohibida por la DEA. Tortilla Sacromonte nada menos.
No me dijiste nada, sólo que esa tarde cocinarías tú y yo sería
tan sólo degustador paciente de tus experimentos. El amor tiene eso, que a uno
no le importa morir intoxicado por una tortilla rara o un verso de Neruda. Sólo
tuve que confesar que nunca había probado la misteriosa tortilla y bajar a
comprar dos litros de Jerez a la bodega de la calle Amparo. Porque entonces,
aunque os pueda parecer un imposible, no había Internet, ni teléfonos móviles,
ni preservativos con sabores y existían lugares en Madrid a los que uno podía
ir con una botella de La Casera vacía a que nos la rellenasen del tintorro más
afín: ¿Valdepeñas, Rioja, Cariñena, Cañamero, Jerez?
Ya en casa, con las dos botellas llenas de fino puestas a
enfriar me alejé de la cocina y te dejé hacer. La tortilla Sacromonte tiene en
su interior bastantes pecados mortales y no pocos veniales: sesos de ternera o
cerdo blanqueados y cocidos previamente que son colesterol cien por cien y
criadillas despellejadas, limpias, fileteadas, troceadas y salteadas con
perejil (las criadillas son los testículos del ternero, por si algún lector
post moderno no lo sabe). Además puede llevar algo de jamón, pimiento morrón, patatas
fritas y guisantes frescos. Aunque yo entonces, inocente, ignoraba todo aquel
conglomerado íntimo y mortal.
Preparamos la mesa con su mantel y su canesú, sacaste las copas
buenas que guardaba la familia en alguna catacumba, el vino fresco y aquel
tortillón grueso, de aspecto jugoso y colorín que olía tan extraño y tan bien.
¡Prueba! Ordenaste, tras cortar una buena porción de aquel misterio y
acercarlo a mi boca con tu propio tenedor. Me acordé de Claudio y Agripina. Cerré los ojos con hambre y
comulgué. Me pareció exquisita esa tortilla rellena de tantas cosas
inquietantes. Te lo dije. Sonreíste. Nos la terminamos entera, mano a mano, con hambre y glotonería, del
vino sólo cayo una de las botellas, no hizo falta más para seguir luego la
fiesta por el suelo.
No es tan difícil en estos días del siglo XXI el pecado mortal. A pesar de nuestro
ateísmo militante o el laicismo social que nos envuelve, el mundo sigue lleno
de preceptos, prohibiciones e inquisidores activos “por nuestro bien”, sin no
ya para cuidar la higiene de nuestro alma, sí del cuerpo, débil, hedonista,
siempre proclive a caer aquí y allá en múltiples pecados, vicios o malas costumbres culinarias contra el tercero o el
séptimo mandamiento de la salud, la esperanza de vida y la comida libre de
anticuadas y mefíticas sustancias casqueriles. Por suerte aún me queda tu recuerdo y que luego me enseñaste muchas
veces a hacer esa tortilla que me encanta. Aprendí que la casquería en el amor es lo más
importante. Ya no hay vino a granel en Madrid pero eso me da igual.
Foto: Katie Lee |
Buenos días. Como siempre, prosa inmejorable pero he de sacarlo de un mínimo error: la tortilla original lleva exclusivamente huevos, sesos y criadillas. La razón es muy simple. Esta exquisitez nació en las cocinas del colegio que había en la abadía del Sacromonte, lugar dónde los productos caros no tenían cabida. Había que dar de comer a muchos internos y la escasez ya se sabe que agudiza el ingenio. Así que con huevos y casquería (posiblemente regalada) se daba de comer a los alumnos. El jamón, si estaba presente, quedaría para los platos de comensales con sotana.
ResponderEliminarLos añadidos posteriores son adornos que, aunque la enriquezcan, la alejan de la original. Pruébela algún día, es un bocado exquisito.
Saludos
Gracias por la precisión "Siete Lunas", la probaré pura, a ver. Bs. R.
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