jueves, 22 de marzo de 2012

ARROZ DE VUELTA


(Imagen de Vladimir Fedotko)

Vuelve uno al arroz como se vuelve a una playa de la infancia que por un milagro han respetado las hordas turísticas y el ladrillismo, como se vuelve a los brazos de quién aún te quiere a pesar de conocer entero el forro de tu alma, como caminamos a veces con ganas de ir muy lejos, “donde habite el olvido” por lo menos.

Vuelve uno a los guisos de arroz más sencillos, en los que sólo hay verduras y algún agasajo muy tasado de marisquito proletario del tipo gambón congelado ecuatoriano y mejillón gallego. Sofrío cebolla, zanahoria, calabacín y unos corazones de alcachofa, añado tras el poché el caldo de los caparazones  y los mejillones que antes abrí al vapor.

Vuelve uno al arroz como quién vuelve a ese engolosinamiento fácil que siempre es el sexo ahora en primavera, cuando somos de nuevo animalitos solares, lunáticos e instintivos y nos olvidamos de los refajos del invierno y de las formas civilizadas en la cama.

Sofrío un ajo machado, poco el arroz bomba, remuevo, añado el guiso de la verdura, un poco más de agua, y dejo que se haga a fuego medio colocando luego, en el reposo, los gambones pelados en caótico orden.

Vi en el mercado unas cabrillas (caracoles) gordos, y me hubiera gustado apandar un puñado para mi arroz de hoy pero no daba el presupuesto para más. Antes de servir añado una ligera picada de tomate, limón y un casi nada de ajo. 

Ha salido el plato para cuatro comensales por unos diez euros, más el amor que le pone uno, claro, cuyo valor es siempre incalculable. Le gusta a uno hacer algo exquisito con tan poco. Con ese orgullo de tantas amas de casa que hacen su milagro de los panes y los peces todos los días en medio de esta crisis. Ellas son las que siempre han levantado el país y no los Rajoys de turno y sus recetas adelgazantes. 

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