miércoles, 28 de marzo de 2012

CEBICHE DE CAMARÓN


Al cocinero le gustan los tiraditos y cebiches con lima y ají que dulcifica con su poco de aceite de oliva y su menta triturada, su mahonesa de limón y sus tomatillos frescos con un punto de picante. 


Trituras la menta y la mezclas con una cucharadita de azúcar, otra de sal, el zumo de dos limoncillos verdes e igual cantidad de aceite, sumerges los camarones cortados por la mitad durante media hora en esa mezcla. Hace una mahonesa suave a la que añades la pasta que tienen en la cabeza los camarones y un poco de ralladura de limón y preparas unos tomates troceados con un poco de aji amarillo y otro poquísimo de zumo de cebolla.


Al cocinero le gusta la cocina que habla a la memoria, que rescata de entre los recuerdos sabores antiguos que vienen de muy lejos, de un paladar de miles de años de cocina. Te gustan los sabores marinos untuosos que tienen el bacalao negro, los cebiches, los mariscos apenas hechos al vapor, las almejas, el coral de cangrejos, los erizos, las anémonas... Te gustan los ácidos y picantes de los tiraditos y cebiches. Te gustan sus manos jugando con las tuyas.  
Mientras el barco maniobra despacio en el puerto del pueblo de San Juan Bautista, le cuentas que los españoles se quedaron con los simples boquerones quemados con vinagre o los fragantes escabeches. Los peruanos y chilenos usaron el fuego de los cítricos y los ajis en la carne blanca de los grandes peces del Pacífico. Ese océano que tu conoces y yo solo imagino.

La soledad es el peor de los ingredientes para cocinar una sopa, un guiso o un asado. Con soledad solo puede aliñarse una mediocre ensalada o un sencillo bocadillo. El cocinero lo sabía. Como sabía que la lentitud, la memoria y el fuego de leña eran mejores que la técnica, la fantasía o la vitrocerámica para cocinar algo rico, un plato para repetir, para chuparse los dedos. Eso le decía siempre Miquel cuando valoraba un guiso o la nueva creación que debía criticar de uno de sus amigos cocineros. ¿está de verdad rico?, ¿repetirías de nuevo el plato?, ¿está para chuparse los dedos?…sé sincero….Pocos guisos, pocos platos, pocas creaciones de la nueva cocina soportaban esas sencillas y rotundas preguntas. En eso estaba pensando el cocinero cuando la vio llegar aquella tarde. La sonrió y se hizo las tres preguntas de otra forma¿es de verdad amor?, ¿repetirías el sabor de su cuerpo después de amarla?, ¿está para chuparse los dedos?. 

Nadan ahora los dedos entre los dedos. Cabe el Pacífico entero en su deseo. Sueñan que llegan juntos a la isla de Juan Fernández y que el cocinero le hace un asado de bacalao, un perol de langosta y ese cebiche de camarones y menta. Luego ella le desnuda despacio. Se han escondido en la isla de Robinson y después de muchos días de comer y de amar suben hasta el Mirador de Selkirk para gritar sus nombres.



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