(pintura de Henri Marie Raymond de Toulouse-Lautrec-Montfa)
Encendió el
fuego fuera quemando el invierno entre los rastrojos secos y los tocones de la
encima muerta. Sintió entonces esa felicidad intensa que no provoca palabras ni
acertijos, que nada pregunta ni desea.
Luego, más tarde, asó tiras de
secreto ibérico en esas brasas e hizo fritas unas lonchas muy finas de
berenjena, enharinadas antes, hasta que quedaron doradas y crujientes.
Para aliñar un
menú tan simple y primitivo fabricó un chimichurri con poleo, salvia, melisa,
limón, aceite, pimienta y tomate rallado.
Extendieron un
mantel encima de la cama y comieron con los dedos. Mojaron en aquella salsa
fresca la carne tierna y jugosa. La berenjena frita la comieron encima de unas
finas tostadas de pan de hogaza.
Cenaron a las
seis contemplando cómo la luz de caramelo de la tarde vestía los olivos, la
sierra, el interior de la casa, la cama en la que estaban… de una piel ámbar y
dulce. El almendro de fuera y las
dos mimosas se gritaban la vida. Ella se durmió pronto y él, antes de
perseguirla por el sueño, como antes lo había hecho entre las sábanas, recordó
aquellos breves versos de Andrés Trapiello.: Un ruiseñor extraño / se vio en enero / sobre desnuda rama. / Silencio
y sueño.
maravilloso menú
ResponderEliminarMuchas gracias Carmen.
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