martes, 13 de marzo de 2012

MORRITOS CALIENTES


(Foto de bocadoscaseros.com)
La, antes guapísima, Emmanuelle Béart echaba pestes el otro día en Le Monde contra la cirugía estética. Y a la vista está que esos “morritos calientes” que perpetró su cirujano son una chapuza. Espero que el susodicho carnicero gore, como el de Mickey Rourke, Donatella Versace o Kalina de Bulgaria estén en chirona por ser un peligro público y privado. Nadie se merece esos desastres cirujaniles.

Ha hecho mucho mal esa frase de que “la cara es el espejo del alma”, mucho mal para la cara, para los espejos y para las almas cándidas, sobre todo.

Si esta mañana mi cara es el espejo de mis inhóspitas entretelas es porque no sigo las recetas de todas esas modelos de veintiún años que pontifican en las revistas couché: “para estar guapa duermo doce horas, bebo mucho agua y como sano”. Claro, natural, acabáramos, así cualquiera, también yo con ventipocos, durmiendo poco, bebiendo licores diversos y comiendo de todo tenía cara de angelito bueno o diablillo fresco.

Pero nadie escarmienta en cabeza ajena y en España se incrementa el % chicos y chicas que quieren quitarse arrugas, ponerse morros, redondear tetas, reducir culos, inyectarse botox, veneno de serpiente o baba de caracol.

Tal vez la arruga no sea bella, pero es sincera, tal vez unos morros estofados de ternera o unos callos a la madrileña no sean muy estéticos pero si muy ricos, tal vez la cuestión no sea parar el tiempo sino valorar que el tiempo pasa, que vivimos, que estamos bien, que nuestra alma no se refleja en nuestra cara sino en nuestra forma de ser, de amar, de cocinar y de sentir. Ya sé que todo esto es bla, bla, bla y que las incautas seguirán soñando con tener los morros de la Jolie y un culo de “fotochop” pero…

Me miro al espejo: arrugas, cicatrices, patas de gallo, manchas de sol, ese soy yo, el tipo al que el tiempo, ya cuarenta y muchos años, va respetando. Tal vez no la piel, pero si el alma. Espero que la voz de Emmanuelle Béart se escuche alto y claro. La belleza está siempre en otra parte, lejos de los espejos, muchas veces en las palabras. Merci madame Béart.

2 comentarios:

  1. Yo tengo cuarenta y pocos, pero me miro al espejo y me sigue gustando lo que veo, YO. No me gusta envejecer, pero no me da miedo, lo que me da miedo es que se me escape la vida sin vivirla, por fortuna sigo con las mismas ganas de vivir que con veinte años, con la misma fuerza y la misma incansable curiosidad por ver, leer, viajar, probar y comer. Me queda mucho, muchísimo por hacer, por ahora la salud y el cuerpo me acompañan y esperemos que por muchos años. Me gusta saborear cada momento bueno que me ofrece la vida, ayer me paré al menos cuatro veces con el coche volviendo del trabajo a fotografiar almendros en flor, es un espectáculo y una maravilla que te llena la vista y te rellena por dentro. Pasar delante de ellos sin mirarlos, ni pareciarlos ni olerlos sería un pecado, como debía ser un pecado de esos que dicen los curas pasar por la vida sin saborearla (claro que para ellos se viene a sufrir, esta vida es un valle de lágrimas y el premio está en el más allá, yo me quedo con el más acá). Tal vez el problema de las que están obsesionadas por su cuerpo y no envejecer sea ese, que ven que se les va la vida sin vivirla y la quieren retener como sea. O quizás tengan el cerebro vacio, quien sabe.

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    1. Así es. Así lo veo yo. Cada día tiene "almendros en flor" pero... tantas veces paso delante de ellos sin mirar...

      Curiosidad, credulidad también para no dejarse llevar por el pesimismo, el cinismo y la adultez estreñida, esa que nos engaña y nos hace pensar en "el porvenir" o en "las circunstancias".

      Y sueños, de los que son fáciles de cumplir porque dependen de nuestra voluntad. Y también de los otros, de los grandes.

      Gracias por tus palabras.

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