Gratitud es
una palabra muy hermosa que siento algunas veces y no nombro casi nunca. Me
puede la timidez. Pienso que esas cosas es mejor decirlas con la mirada y una
sonrisa.
El día
amaneció frío, ventoso, con mucha luz de primavera. Todos estábamos cansados de
la paliza del día anterior, el madrugón, la caminata por la orilla de la
garganta pescando truchas. Nos gusta a los tres hablar, discutir, comentar,
polemizar, hilar una conversación animada sobre cualquier tema de historia, de
política, del destino del mundo, sobre todo de los grandes temas: la guerra, el
progreso, el mal, el futuro, la crisis, África, el agotamiento del petróleo, la
necedad de una democracia directa.... Pero a mi me gusta sobre todo, ahora, escucharles, sentir que sus ideas salen muy frescas y rotundas, aunque las sienta
equivocadas o acertadas. Sentir como crecen y se hacen mayores y distintos. Uno
intenta la mayéutica, la ironía socrática, la pregunta retórica, pero no
siempre cuela, no siempre me sale y tampoco está mal a veces dejarse llevar por
los extremismos y las hipérboles de la adolescencia.
Antes de ayer
era mi día, el rimbombante ”día del padre” y me dijeron que mi regalo sería que
ellos cocinarían para mi lo que yo quisiera. De entre todos los lujos sentí que
aquella oferta, aquel regalo, era el mayor de los lujos.
Les propuse
unos rigatoni rellenos de setas y acompañados de pollo con una salsa suave de
queso de cabra. Era un placer verles, mano a mano los dos, picando y sofriendo
la cebolla, limpiando los champiñones, añadiendo las setas, picando luego la
farsa, cociendo la pasta los quince minutos justos, rellenado los canutillos
con la pasta de las setas, ligando la salsa de queso, picando las pechuguitas
de pollo, amasando y aliñando esa carne con su punta de aji amarillo, cilantro
y sal. La clave del guiso está hacer bien el puré de setas, no muy triturada,
que haya trocitos, y saber rellenar bien los rigatoni. El truco de la salsa es
hacer una crema de queso fina con nata, emmental y rulo de cabra que añadiremos
apenas salteemos a fuego fuerte el pollo. No hay más misterio.
Sentí gratitud.
Mis hijos cocinando para mi. Ninguna comida en el mundo, ningún
restaurante me dará más placer. El
lujo es esto, lo otro es circo y vanidad, fuegos artificiales, maquillaje,
retórica. El mayor de los lujos gastronómicos ha sido la comida de este lunes,
sencilla, fácil, clara. La felicidad es esto, lo otro es literatura vacua,
birlibirloque, trucos de mago. Ser padre es el más difícil de los oficios pero
yo tengo suerte, además también es difícil el oficio de hijo.
Iker,
Guillermo, gracias por la comida.
Felicidades, los padres también podemos aprender de los hijos, no?
ResponderEliminarBonita reflexión, sí eres un hombre con suerte y además sabes disfrutarlo.
ResponderEliminar¡Doble suerte!
Mariángeles