Va uno a
comprar al mercado de Bravo Murillo unos anticuchos. La casquería hoy está
vacía, las pescaderías, en cambio, con un material selecto, están llenas. Hoy
tienen todo tipo de mariscos vivos, muertos y mediopensionistas y unos pescados
enormes y lustrosos que pensaba extintos, con precios fabulosos. La crisis,
como siempre, depende. En la casquería paramos los pelados de la cosa gástrica, gastrológica, glotosófica.
Suelen estar comprando aquí los hispanos sus melindres y despojos, los marroquíes también,
unos estómagos de vaca muy raros que yo no he comido en la vida (y que no son
callos), los jubilados sus criadillitas en filetes, las jubiladas sus cabecitas
de cordero tan expresionistas y los escritores pobres unos anticuchos hoy, otro
día unos huesecillos para caldo o unas alitas de pollo para fritas mañana. Proteína
proletaria diversa. Porque ahora ya, encima, con la cosa del pirateo, no nos va
a pagar ni Santa Rita y pronto veré a más colegas en la cola de la casquería a
por sus golosinas.
Es un secreto poco conocido:
los artistas también tenemos que comer. Mucha gente
cree que no, que somos sublimes sin interrupción, espirituales, que con el
aplauso y la palmadita nos basta. La industria editorial también lo piensa, si
no de qué ese famélico porcentaje de las ventas y también el politiquerío leguleyo
con unos derechos de autor que caducan a los setenta años, cuando el resto de
propiedades: palacios, casas, negocios, cuadros de Goya, las baratijas de la
abuela, un traje gris muy usado, cualquier propiedad no “intelectual”….no
caducan nunca y pueden pasar de padres a hijos hasta el infinito. Pero los
derechos de autor no, porque como “es cultura” es de todos y si no que el
escritor se hubiera metido a notario, boticario, gangster o pollero. A mi la
verdad me daría igual que me pirateasen todo si además pudiese piratear yo este marisquito de
la pescadería, la cazadora chula en el Corte Inglés y así todo, un comunismo
libertario ideal y optimista.
Otros dicen,
¡ca!, que muchos escritores venden muchos libros y se hacen de oro. Tal vez
algún día tengas suerte. Yo
conozco a pocos hechos de oro, si acaso algún diente y sólo la funda. Que para
uno que de verdad se hace de oro, Stieg Larsson, se muere de un infarto
subiendo las escaleras por alimentarse de alitas, comida basura y cafés en
litrona, natural. O la Rowling que ha tenido que inventarse un mago en la edad
del pavo y mil chorradas de abracadabra para vender algo. O el Zafón que anda
escondido por San Francisco, donde no hay sombra ni viento, para no soportar a
los primos pedigüeños. Pero la mayoría de los escritores, tarde o temprano,
hacemos cola en la casquería para comprar unos despojos, unos anticuchos y
luego pasar por delante de las pescaderías luxury como el asceta ese que sacaba
Buñuel subido a una columna y que nunca caía en las tentaciones apetecibles. ¿Gambas
de Denia a mi?, ¿lubinitas salvajes?, ¿centollitas gallegas? Puag, donde estén
unos huesecillos de rodilla de vaca para hacer un consomé estilo Buscón o unas
alitas de pollo guisadas a lo Lazarillo o unos anticuchos de a dos euros el kilo
que se quite todo eso de delante que sólo es vanidad y apariencia…
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