(Foto de Elisa Lazo de Valdés)
¿Para cuándo la
lluvia y el frío?... el edredón y las ganas de tocar piel con sueño. Arroz negro,
con chipirones. Lo importante es el caldo, como en tantas cosas. Un buen caldo
de pescado, chipirones pequeños, arroz bomba, cebolla, mucha, zanahoria, algo.
Aún quedan algunas pescaderías en las que me venden esa
cosa barata que llamamos moralla. ¿Cuánta moralla se tira por la borda en los
barcos de pesca? Matar para nada, derrochar la vida, malgastar el mar, ¿hasta cuando?
Me gusta
guisar antes y despacio los chipis,
chup, chup limpios y despacito con la cebolla picada El sofrito de zanahoria, tomate
y pimientos verdes de la Vera. El arroz, esta vez, aragonés.
Deshago la
tinta en un poco de caldo caliente. El caldo. Apenas agua y unas pocas moléculas
de grasa y proteínas de toda esa moralla, pero cierras los ojos, pruebas su
sabor con la cuchara y sientes que todo lo exquisito del mar está allí dentro. Con
este caldo todo es posible, convertir unas patatas, bisutería terrestre, en una
joya preciosa de sabor. Un milagro.
El color negro
siempre choca en la cocina, como la salsa de sangre de las lampreas o la salsa
oscurísima de la liebre royal, o los riñones en salsa de cebolla o este arroz
entintado del que sobresalen los cuerpecillos rosados de los chipirones, esos
minimonstruos, parientes de los kraken que a mi me gustan tanto rellenos o a
la plancha o lacados a la china con salsa agridulce y picante que comí una vez en NY.
Hoy lo veo
todo negro, en su tinta, arroz rico y feliz. Y la lluvia sin venir, sin llamar a la puerta de las setas
para que saquen de una vez sus paraguas al sol cualquier fin de semana. Siento dejar
luego a tanto gnomo sin casa.
Fabuloso, no!
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