Somos un
pueblo de emigrantes, una tribu mestiza con poco que cargar salvo la memoria y
el optimismo. Durante generaciones recorrimos el mundo de punta a punta
comerciando con sedas y nueces, libros y pimienta, perfumes y vino, música y
nada. Al principio teníamos la piel oscura y el cuerpo flaco pero luego la tez
se fue aclarando y hasta pudimos tocar el privilegio de las redondeces bajo la
ropa. Un día nos cansamos de encender lamparillas de aceite a los dioses, de
quemar corderos, de invocar con miedo palabras vacías. A veces nos quedamos a
vivir para siempre en un lugar y otras, para siempre, viajamos inquietos, envenenados por el secreto que nos contó un vagabundo o un naufrago o un mapa apenas mal
dibujado en un pergamino o un papel. Un día entendimos por qué y de esa respuesta tiramos del
hilo e hicimos las preguntas más difíciles, más grandes y más complicadas. Y así hasta hoy. Tú
conoces también esa historia.
El camino es
siempre muy largo y siempre tan corto. Arrímate al fuego viajero, que vas a
enfriarte. Toma, prueba este guiso, come de él lo que gustes, no es nada, apenas
te quitarán el hambre estas carnes tan magras. Es lo que hay, amigo. No me has
dicho tu nombre, pero sé que también eres de mi pueblo, de mi tribu, de esta
isla, de los nuestros, humano. Y ahora, para hacernos la noche más distraída,
cuéntanos tu historia si quieres, nos gusta escuchar.
Y eso hice. (Escrito en Lefki, isla de Itháki, 17 de Octubre de 1999)
PD: El domingo, por hacer fiesta con toda mi primada (primas, primos, consortes y descendencias, reunidos una vez al año para festejar la vida) volví a los guisos de Conill amb cargols, arroz con conejo y caracoles, que es un plato catalán, extremeño, griego y quién sabe, es decir, de nadie, porque sólo lo que es de nadie tiene de verdad valor.
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