Escondidos, quién sabe de qué persecuciones o de qué
memoria o de qué jaurías. Juegan sin saber, sin demostrar que saben, sin
recordar lo que aprendieron antes o con quién. Tampoco las palabras significan
mucho, se divierten diciendo y no diciendo, sin miedo a vulnerar ninguna
prevención, sin obligarse a decir verdad, sin inventar fabulaciones para
sentirse bien tan juntos. Se comieron ayer, con las manos como único cubierto,
un pollo asado grande y varias botellas de sidra helada compartidas a morro. De
postre una sandía y desde entonces nada. Se han pasado la noche hablando y
follando sin saber ahora muy bien si hubo separación entre ambas dichas o fue
todo un fluir del que no se han cansado por ahora. Tal vez porque ya se
conocían, de tantos años juntos viviendo en paralelo sin tocarse, viendo como
cada cual enlazaba amores y cambios de maleta, errores y equívocos, cortes de
pelo y canas, todo lo que alguien se atrevió una vez a llamar experiencia y
sólo es humo. Ella salió después a correr durante largo rato y él preparó zumo
de papaya, naranja y menta, ensalada de escarola con queso, nueces picadas y
vinagreta dulce. Cuando llegó, con la piel caliente y brillante de sudor no
quiso borrar con una ducha su sabor, ni él tampoco. Allí siguen escondidos, emboscados,
a salvo, en un tiempo remoto que no corre parejo a este octubre que acaba, al
margen, dentro de una canción, donde sólo los valientes se atreven a vivir.
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Esta publicación es cortesía de webos fritos
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