“La felicidad no se compra, la felicidad no se encuentra. La felicidad se transmite de padres a hijos” (Lea Vélez “Nuestra casa en el árbol”)
La novela de Lea me está recordando muchos momentos de mi "oficio" de padre que, con hijos de 18 y 21 años, temía haber olvidado. Pero no, se puede olvidar todo pero no todos esos años de vida intensa y distinta, de ese oficio en el que aprendemos todo lo importante.
Recupero de esos tiempos esta rica receta (Octubre de 2009):
Felicidad es una palabra grande y generosa que abarca muchos momentos, tiempos e instantes. Felicidad es mirar los ojos de Guillermo mientras devora mis codornices escabechadas.
Saber que detrás de esos ojos se esconde un gran cocinero y una gran persona libre, creativa y llena de genio e ingenio. Cazo o compro cuatro codornices, las limpió, las sofrío a fuego fuerte en abundante aceite con cuatro dientes de ajo machados con su piel. Saco las avecillas del aceite y añado, en juliana, una cebolla grande morada, dos zanahorias, un pimiento verde y un puerro. Pocho y añado de nuevo las codornices, un vaso grande de vino blanco y otro vaso de caldo de pollo, diez pimientas negras machadas, una rama de tomillo y otra de romero, dos hojas de laurel y tres cucharadas de salsa de soja. A cocer despacito hasta que estén tiernas y entonces añado medio vaso de vinagre de jerez y dejo cocer veinte minutos más. Se comen uno o dos días después. A Guillermo le gustan así. Yo preparo con su carne deshuesada una ensalada de berros con la que te chupas de verdad los dedos.
La felicidad cotidiana y familiar es una palabra muy desprestigiada, pero el libro de Lea me ayuda a recuperar su valor de joya posible e invisible. Yo la siento cada vez que cocino o escribo o recuerdo a los niños.
Si eres un padre o una madre de los que muestran, no de los que amaestran, pasa a leer:
Si eres un padre o una madre de los que muestran, no de los que amaestran, pasa a leer:
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